Visitar Córdoba es sumergirse en siglos de cultura y en la herencia de todos los pueblos que dejaron en ella sus huellas.
Si quieres conocer la Córdoba más auténtica, debes caminar por sus calles y perderte entre las callejuelas de casas blancas, donde se esconden pequeñas plazas y callejones llenos de flores con un intenso olor a azahar. Pero también debes dejarte llevar por su ritmo alegre, saborear las tapas y disfrutar de sus animadas noches.
Córdoba tiene multitud de monumentos, algunos de ellos Patrimonio de la Humanidad, de estilos tan diversos que te parecerá estar viajando en el tiempo.
En la Mezquita-Catedral se puede contemplar el esplendor de los omeyas, en una sorprendente combinación de los estilos gótico, renacentista y barroco. Los vestigios del antiguo califato también se pueden apreciar en la Medina Azahara, un opulento palacio con patios, jardines y multitud de salas.
El Alcázar de los Reyes Cristianos nos transporta al esplendor de la Córdoba cristiana, donde residieron los Reyes Católicos para dirigir su Reconquista.
Para completar las tres culturas, acércate a la Sinagoga y contempla sus decoraciones mudéjares y sus inscripciones de salmos y cantares.
La gastronomía cordobesa es también un imprescindible. Sus platos frescos y sus combinaciones de sabores intensos harán que te quedes con ganas de más.
El plato más conocido es seguramente el salmorejo cordobés, acompañado con berenjenas fritas o con un buen jamón ibérico. Tampoco pueden faltar unas aceitunas aliñadas, migas o flamenquines, una versión local del cordon bleu a base de carne de cerdo, jamón ibérico y queso empanado con forma alargada.
Para terminar con un toque dulce, puedes probar el pastel cordobés, de hojaldre y cabello de ángel, las tortas de pastaflora, el dulce de membrillo, las flores fritas o los roscos de Priego.